martes, 24 de marzo de 2015

Amargo orgullo.

A veces me pregunto si tu orgullo te abrazará como yo lo hacía y si servirá igual para quitarte el frío, fulminar todas tus penas y juntar todos tus pedazos. También me pregunto si tu orgullo es ahora quien te saca sonrisas en los peores momentos con el humor más absurdo habido y por haber, si tu orgullo te habla cuando necesitas de una palabra sabia o si tu orgullo te aconseja cuando estás a punto de salir de tu camino. Luego pienso que el orgullo es solo una barrera, y se me pasa cualquier berrinche o cualquier arrebato de ira. ¿Cuánto pierdes con orgullo? ¿Qué ganas al no tenerlo? Los trenes no esperan un minuto más por alguien a quien su orgullo no deja avanzar, ni los barcos esperan un minuto más para zarpar por alguien a quien su orgullo no deja embarcar. Calma tu sed con orgullo, pues tienes a mares, pero no lo escupas luego. Trágatelo, saboréalo, y dime cuán de amargo es su sabor. Dime si recompensa un trago amargo a cambio de mil dulces, o ninguno amargo a cambio de ninguno dulce. No pienso ser quien se encargue de enfrentarme a tu orgullo y que este decida devorar al mío. No seré yo quien haga el esfuerzo por mucho que duela aquello que pierdo. Se acabó eso de no tener orgullo, y que se acabe también eso de tenerlo en cantidades industriales. No voy a ser la única en luchar por algo que dos personas quieren, o al menos una de ellas dice querer. Esta vez no seré yo la que trague orgullo por dos porque, aunque sea de vez en cuando, también me apetece olvidarme de los tragos amargos. Creo que me he ganado a pulso un trago dulce y pienso saborearlo al máximo, como si fuese el último dulce que mi boca pruebe.
No es cobardía, quizá tampoco sea valentía. Es saber valorarte y saber distinguir entre cuando vale la pena un empujón más y cuando la da. Es saber que en las cosas de dos, no vale solo con el esfuerzo de uno. 

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