lunes, 31 de agosto de 2015

¿Por qué?

¿Por qué no nos dejamos ya de tonterías y empezamos a decirnos las cosas de frente? ¿Por qué seguimos escondiendo nuestros nombres entre metáforas? ¿Por qué no reconocemos que tenemos ganas de querernos?

Deja de meterte en mi mente cuando escribes y yo prometo dejar de ocultar tu nombre en estas líneas y de pedirte un beso entre tanto verso. ¿Podemos hacer las cosas fáciles por una vez?

Empiezo yo: reconozco que aún no te he olvidado. Es más, confieso que no quiero hacerlo. Está bien, besarte no es lo único que me apetece, o sí, pero no precisamente los labios. Me apetece beber de cada centímetro de tu piel y comerte con los ojos. Me apetece acariciarte con esa fragilidad que me enseñaste, desnudarte el alma y vivir a tu lado un segundo que dure cien años. 

Y sigo: me apetece poseerte. Me apetece hacerte llegar al éxtasis y que acabemos exhaustas de tanto querernos. Que me muerdas donde te plazca, que me susurres que no me detenga, que me aprietes contra tu cuerpo y que fundamos nuestras almas en un único ser. Y después de todo, después de una noche entre sábanas y sin tiempo, recostarte sobre mi pecho y acariciar cada onda de tu pelo. Me apetece ver el sol y quedarme para siempre durmiendo en tu ombligo. Me apetece ver el mundo desde dentro de tu abrazo y sentirme pequeña apoyada en tu regazo. 

Me apetece tenerte sin tapujos y sin miedos, desnudar mi coraza ante tus ojos y que veas hasta dónde llega tu recuerdo.

Y a ti: ¿qué te apetece?

sábado, 29 de agosto de 2015

Paseos por la playa de madrugada.

He venido al mar de madrugada, a pasear por esa orilla que tantas veces quise enseñarte. 

¿Que si he venido a buscar mi musa? No. He venido a buscarte; a ti y a todo lo que te llevaste al marcharte. He venido para comprobar que es cierto eso de que tu mirada brilla más que la luna y las estrellas juntas. He venido para escuchar tu voz en forma de canto de sirena, para respirar tu brisa y perderme en las olas que forman tu negro pelo. 

He venido también a olvidarte, a escribir tu nombre en la arena y borrarlo con ayuda de la marea. He venido a dejar mis huellas sin la necesidad de contar con las tuyas a mi lado. He venido a comprobar que te has marchado. 

He venido a darme cuenta de que la noche no es tan oscura sin ti, que la luna y las estrellas vuelven a salir y que la paz que aquí encuentro también la encontraré sin ti.

También he venido a buscarme, a reconocer en las olas del mar la fuerza que me permite continuar y en el reflejo de la luna sobre el mar, el brillo que desprende mi mirar. Que no me haces falta para ser feliz y que no necesito de ti para escribir.

Dejo en el mar tu recuerdo y en la brisa un te quiero para ti, para que no olvides que fui yo la que, durante un tiempo, te hizo feliz.

viernes, 28 de agosto de 2015

¿Ya me has olvidado?

Dime, ¿dónde ha quedado lo que éramos? ¿Dónde están nuestras ganas de besarnos? ¿Dónde está la bonita costumbre de echarnos de menos? ¿Y esa manía de abrazarnos hasta ahogarnos para matar la rabia que nos daba tener que separarnos al minuto? ¿Dónde han quedado los días de tu mano y las noches entre tus sábanas? ¿Dónde está tu mirada ahora que no me despierta? ¿Dónde escondimos nuestras ganas de querernos? Por más que busco nunca las encuentro.

Se fue todo lo que nos quedaba. Te lo llevaste al decirme adiós y darme la espalda. Me quedé tal y como me habías dejado, plantada sobre mis pies viéndote marchar, observando esa cintura que jamás volvería a rodear y esa espalda que nunca más volvería a besar. Con tu adiós cerraste mis puertas y mis ventanas, lanzándome al vacío y quitándote un peso de encima. Me ataste un yunque a los tobillos y me empujaste al precipicio.

¿Dónde estás? ¿Por qué te has ido? Te busco en el abismo, intento encontrar ese atisbo de luz que suponía tenerte, pero te fuiste y ahora en mi vida reina la noche. Te has llevado la luna y las estrellas, ¿no tuviste suficiente llevándote mi alma? Dime, ¿a quién le dejo ahora los mensajes para ti?
Al menos haberme dejado una estrella para que fuese mi musa y mi fiel compañera, para que me acercara esa parte de mí que se fue contigo, para que me recordase, si quieres, que perderte fue mi peor castigo. Haberme dejado una, tan sólo una, para poder hablarle de ti y pedirle que te cuide, que te guíe en el camino y te proteja de tu destino.


Dime, ¿ya me has olvidado? No. Déjame adivinar, lo hiciste cuando echaste a andar, dándome la espalda y adentrándote en el mar. 

miércoles, 26 de agosto de 2015

Hoy vuelven los recuerdos.

Hoy he vuelto a pasear por aquel césped por el que paseé contigo y he vuelto a sentarme en aquel banco que nos salvó del cansancio en ese caluroso día de verano. Hoy me han inundado los recuerdos que juraría haber olvidado, la nostalgia se ha apoderado de mí y he vuelto a tener una de esas excusas que me sirven para escribirte.

Hoy he vuelto a perderme en tus ojos sin mirarlos, he vuelto a recordar lo que duele no tenerte, lo que mata no ver tus huellas al lado de las mías y no contar con tu mano tendida tras una caída.

Hoy he despertado en esa realidad en la que los quilómetros no separan sólo cuerpos sino que también separan almas. Que la tuya y la mía conectaban cuando nos mirábamos y ahora ni si quiera a través de las estrellas nos encontramos. Cariño, te echo de menos, he perdido el norte, el sur, el juicio y la cordura; te he perdido a ti. ¿Qué te cuesta volver y quererme como nunca antes? No lo hagas por mí sino por ti, entiende que quiero y puedo hacerte feliz.
Yo ya te quiero, lo he hecho siempre, me atrevería a decir que casi desde la primera vez que te miré a los ojos. Fue tu mechero el que desató la chispa de mi amor y fue tu llama la que decidió dejar de arder. Se apagó y se marchó, huyo del mar que eran mis ojos cuando estaba contigo. Joder, ¡cómo me brillaba la mirada contigo! Y no sólo la mirada, sino el alma y la vida. Le diste color a un lienzo gris y después rompiste tu pintura, porque no te gustaba, porque no la querías o quizá porque nunca más se cruzarán las vías que un día unieron nuestras vidas.


No me puedes pedir que no te eche de menos, y mucho menos que te olvide. No me puedes pedir que salga a la vida sin corazón, porque aunque lo rompieras conseguí que a duras penas latiera. Te quiero, recuérdalo siempre, lo llevo en la sangre, me lo tatuaste en lo más profundo de mi alma

lunes, 24 de agosto de 2015

La carta del lamento.

Lo siento. Siento haberte mentido sobre algo así, pero es que ni yo misma me entiendo. Quiero ser clara, por una vez en mi vida, aunque eso suponga perderte. Lo siento, de antemano, si te pongo entre la espada y la pared o si te sientes culpable de todo. No te culpo, en serio. ¿Sabes? Hay un antes y un después en mi vida tras haberte conocido. Créeme si te digo que la dejaste patas arriba nada más entrar, que te adueñaste de mi cabeza y amueblaste mi corazón a tu antojo, arrancándome las alas y volando lejos - muy lejos - de mí. Créeme cuando te digo que lo siento, pero se me hace imposible olvidarte y no pensarte. La culpa es mía, por seguir viendo esperanza donde no queda nada, por cerrar los ojos al precipicio y empeñarme en planear cuando ni si quiera tengo alas. Perdóname por suicidarme y pretender que me salves, te estoy pidiendo que me rescates de una muerte segura cuando sé de sobra que no se puede. Te estoy pidiendo que me quieras cuando no puedo pedírtelo, no por nada, sino porque ya es hora de que asuma que, sencillamente, a veces no se puede y que, a veces, las corazonadas también son falsas. Echo de menos hablar como antes, casi a diario. Echo de menos escribir como excusa para hablarte. Puedes ahorrarte el comentario, sé que es patético. Lo siento, de verdad, por tratar de justificar las chiquilladas injustificables que he hecho. Permíteme que te diga que tienes algo que engancha, hay algo en ti que atrae; como esos libros que te atrapan en sus letras, con la diferencia de que el libro al final revela su misterio y tú te lo guardas para ti - quizá sea eso lo que te hace única - . Lo siento, de verdad. He intentado olvidarte, mil veces, pero al final siempre vuelves, por hache o por be siempre acabas apareciendo y yo, encantada de que pases por mi vida una vez más. Quizá, al decirte todo esto, te pongo en un aprieto; pero creo que te mereces que sea clara de una vez por todas. 

Lo siento, de veras. Nos conocimos hace tres años y hace tres años que me pregunto por qué te conocí, por qué a ti y no a otra persona. Sigo sin encontrar respuesta a eso. Imagino que a veces sólo tiene que pasar el tiempo, más tiempo si cabe. Contaba con que volvieses, o verte aunque fueran cinco minutos para aclararme. Pero no todo sale siempre como está previsto. Digamos que mi cabeza sueña más rápido que pasa el tiempo en el mundo real. 

He llegado a la conclusión de que no sé quererte como pretendes, que aspiro a hacerlo como algo más y cierro los ojos ante la realidad; quizá porque duele despertar o porque he estado tanto tiempo evitando la caída que quizá ahora el golpe sea más fuerte. Créeme que lo intento, pero no creo que lo esté haciendo bien. Sé de sobra que no hay nada más, tengo la lección aprendida, pero una parte dentro de mí dice que es sólo cuestión de esperar. 

No, no estoy diciendo que quiera perderte de vista, o que no quiera saber nada de ti, quizá tan sólo necesite tiempo para quererte bien. 

Siempre tuya: yo.

domingo, 23 de agosto de 2015

A tientas, ciega de ti.

Hoy vengo a decirte que no puedo olvidarte. Que cuando no eres tú soy yo; y cuando no somos ninguna de las dos siempre hay alguien o algo que me impide borrarte. Y es que por más que intento cubrirte de nubes siempre hay una parte de tu alma que, como ese rayo de sol en una tormenta, atraviesa las nubes, rompe mis barreras y me lanza a ese vacío tan lleno de ti. 

Te odio. Por inundar mi vida con una gota de la tuya; con una de esas gotas que, aun pareciendo pequeñas, te empapan de pies a cabeza. Y siento que me rozas, que esa gota trae consigo tus manos y que después de tantos sueños, por fin me acarician tus dedos. Te odio a ti, o quizás a mí por no ser capaz de pasar página, de apartar tu libro y no leerlo jamás; por no ser capaz de recomendar tu historia sin la necesidad de volverla a vivir por enésima vez. 

Ando persiguiendo tus huellas, creyendo que eres tú quién anda tras ellas cuando quizá sean espejismos que mis ganas provocan, como aquel que ve agua en el desierto donde sólo hay arena. Adicta a ti, a cada curva de tu cuerpo, a cada nota de tu voz, a cada suspiro que derrochas y a cada mirada que lanzas a ver quién es el valiente que se decide a cazarla. 

Me empeñé en crear un muro tan alto que ni si quiera los pájaros lo superaran. Me quedé al otro lado, aquel lado en el que nunca sale el sol, en el que no hay mar ni montaña, tan solo desierto. Me quedé en el lado de la sombra, en el de la noche sin estrellas y sin luna. Me olvidé de que nadie puede atarte, de que no hay barrera que consiga superarte, de que tienes las alas de todas las almas que has robado, de que tienes fuerza de sobra para batirlas y volar hasta más allá de los sueños. 

Te até a tientas, sin ver que huías de los nudos y volabas lejos con tu amiga libertad. Fui ciega por quererte. Y ciega sigo. Sin querer ver que aunque pueda verte en sueños cuando despierto siempre desapareces. 

domingo, 16 de agosto de 2015

Estrellas fugaces.

La vida me regaló una noche mágica, cargada de sorpresas manifestadas en una lluvia de estrellas fugaces. Fugaces como lo fue tu presencia en mi vida, fugaces como el recuerdo de tu risa, fugaces como aquel beso antes de nuestra última despedida.
La vida me regaló una noche de deseos, y yo... Yo me limité a mirar al cielo y a ver desaparecer tus ojos en el negro firmamento. Y allí estaba yo, tumbada sobre la arena de aquella playa que tú me enseñaste, viendo tus ojos desaparecer al igual que desaparece una gota de agua en el desierto, añorándote desde lo más profundo de mi pecho y sin fuerzas con las que pedirle al cielo un único deseo.

La vida me regaló una noche romántica y me prohibió la compañía. Quizá porque nunca habrá mejor compañía que la de uno mismo y quizá también porque todavía no me quiero lo suficiente como para poder quererte.
La vida me regaló una noche de estrellas que desaparecían con el viento, como tu perfume con la brisa o tu recuerdo con el tiempo. La vida me regaló una noche, tan sólo una, de paz y de armonía, pero también de agonía al no escuchar tu melodía.
La vida me regaló una noche repleta de deseos y yo tan solo pedí uno: que todos tus deseos -sí, has leído bien, los tuyos- se hagan realidad.

sábado, 15 de agosto de 2015

¡Eres una máquina!

Sí, tú, el que está leyendo esto: eres una máquina, un crack, una persona imparable capaz de conseguir todo lo que se proponga.
¿Sabes? Llegarás tan lejos como te lo propongas, volarás tan alto como rápido agites tus alas. Si tienes un sueño ve y persíguelo, porque si no echas a andar jamás podrás cruzar tus metas. 

Levántante y mira a la muerte a los ojos, dile que no le temes y verás como le ganarás la batalla. Que no es más fuerte quien más músculos tiene, sino aquel que sabe levantarse tras haberse roto el alma en mil pedazos. No te rindas, sigue luchando por aquello que quieres y deseas. Te caerás mil veces y te levantarás mil y una, llorarás hasta quedarte en silencio y gritarás tan sordamente que hasta los sordos te oirán. Te sentirás perdido en medio de la soledad y la oscuridad que te proporcionará la noche en mitad del bosque, pero si esperas un poco, si eres paciente y vences a tus miedos, tendrás de nuevo la compañía de las estrellas y a la luna como guía.

No te rindas nunca. Nadie puede cuestionar cuán fuerte eres, nadie excepto tú. Aprieta los dientes, mírate a los ojos a través de un espejo y di en voz alta qué ves. Un alma que nunca se rinde, que nunca se achanta, que siempre sigue con la cabeza bien alta. 

Vuela, sé libre, a pleno pulmón grita: ¡LIBERTAD! 

Levántate, sacúdete el polvo del pantalón y coloca bien tu camisa. Da la espalda al pasado, afronta el futuro con una sonrisa, despliega las alas y vuela. Sé pájaro, avión, cometa. Sé lo que quieras, pero sé libre.