jueves, 25 de junio de 2015

No nos dejes sin poesía.

Prometo nunca dejar de escribirte, ni si quiera cuando la tinta se escurra de mis folios y mis dedos se hayan desgastado tanto que no puedan pulsar una tecla. Prometo estar aquí para ti, permanecer en las sombras de la noche si te avergüenzas de mí, recordarte quién eres o que vuelo cada vez que me topo con tus versos. Te recordaré las veces que haga falta que estoy aquí para recogerte si decides saltar, y que tienes una mano o un hombro donde llorar. Prometo secar tus lágrimas hasta poder nadar en ellas, dibujarte sonrisas si se te olvida el aspecto que tienen, y recordarte que era tu melodía la conocida como la de los ángeles. Que ahora que te conozco sé que existe el cielo, y también el infierno pero no me da miedo. No me asusta poder arder en el fuego eterno, pues ya ardo cuando tus caricias se me escurren entre los dedos. Que no tengo mayor deseo que retenerte, que poder abrazarte y decir que fuiste mía, aunque sepa bien que por no ser no eres ni del aire. Eres la definición de aquello que tanto perseguimos y ansiamos, de aquello a lo que llamamos libertad. Le has robado las alas a tantos pájaros como has podido y ahora no hay quien vuele ni aunque sea a centímetros de tu boca. Has secuestrado a la primavera con tanto verso y nos has dejado flores secas y poesía más que muerta. Los jardines lloran por la pérdida de tantas flores y los bosques entierran a esas aves que murieron al perder la libertad. Que si quieres acabar conmigo solo tienes que mirarme, pero no asesines a la primavera si lo que buscas es no tenerme cerca. No castigues a la vida sin tu poesía, ni dejes a la noche sin estrellas, porque entonces apagarás para siempre los días y el mundo será un lugar de ciudades permanentemente dormidas. Y los poetas se morirán de no dormir, los versos dejarán de existir y no batirán tus alas con la suficiente fuerza para huir. Regresarás al mundo de los mortales entre poemas rotos y versos vacíos de todo, incluso de tinta. Castígame si quieres, pero no dejes la vida sin poesía. 

lunes, 22 de junio de 2015

Sin ti estoy mejor.

Algún día te leeré todas esas cartas que ni si quiera desdoblaste. Algún día te demostraré que mientras ibas de flor en flor buscando a quien te amara el alma, el amor se había dejado las manos llamando a tu puerta. Y no le abriste, quizá porque estabas demasiado ocupada buscando un aguijón que se alimentase del néctar de tu flor, o quizá porque no te gustaba el envoltorio de ese caramelo. Algún día sabrás lo que duele esperar o lo que mata ser invisible ante una mirada, y entonces me entenderás. Entenderás a qué se debía el brillo de mi mirada o la sonrisa casi instantánea que cubría mi rostro cuando decidías aparecer. Algún día entenderás que no tenía más sueños que cumplir que el de amarte, hacerte feliz, secar tus lágrimas y permitirte disfrutar de la vida. Que nada era un suplicio si se trataba de ti. Que te hubiese bajado la Luna cada noche, y hubiese recolectado estrellas para que adornaran la noche de tu habitación. Que hubiese robado las llaves del cielo, o el fuego a los Dioses del Olimpo con tal de verte sonreír. Algún día te darás cuenta de que tenías en tu cara aquello que tanto buscabas, y entonces será tarde. El tren habrá partido, yo ya me habré ido y el polvo y las polillas constituirán tu única compañía. Que ya no me hiela el invierno sin ti, ni me abrasa el verano sin la frescura de tu brisa. Que ya he aprendido a vivir sin ti, y créeme si te digo que nunca había estado mejor. Esperarte solo fue perder el tiempo, tener tus besos al cerrar los ojos malgastar sueños, y querer pasar un futuro a tu lado tirar a la basura el presente. Escribirte gastar tinta y papel a lo tonto, enviar versos y estrofas a una muerte segura, enterrar poemas en un sobre y matar sentimientos dispuestos a revivir con una simple ojeada. Mirarte era enseñarte mi alma y que no supieras apreciarla, despojarme de mi coraza y que la usaras para colmar mi alma de cicatrices. Pero tus heridas ya han cerrado y tu huella se ha difuminado, que la marea se ha comido nuestros nombres y al fin puedo pasear sin pretender saber dónde te escondes. Por fin he quemado tus páginas y esparcido tus cenizas, por fin no queda libro, por fin quedan tus memorias hechas trizas. 

sábado, 20 de junio de 2015

Tus novelas.

Me duele la mente de tanto pensarte, de tanto luchar contra mis demonios sin lograr convencerlos de que la esperanza es lo último que se pierde, o de que nunca hay que tirar la toalla. Me duele el alma de tanto extrañarte, de tanto buscarte cada vez que salgo a la calle, de tanto refugiarme en la vaga ilusión de que vuelvas. Me duele la noche porque siempre está sola, porque simboliza el vacío de mi ser, porque se muere lento cuando empieza a amanecer. Me dueles tú y me duele tu ausencia, me duele rogarle a la nada unos segundos de tu presencia. Me duele el mar y su manía de borrar tu nombre cada vez que lo imprimo en la arena. Y me duele su brisa, porque envuelve tu risa y se la lleva a aquel lejano lugar del que nunca regresará. Me duele hasta el respirar. Que ni vivo ni sueño, ni descanso ni lucho. Permanezco ausente, oculta entre las sombras de la noche, allí donde me encontrarán solo aquellos que saben mirar, allí te esperaré porque tú me encontrarás. Y para aquel entonces te habré escrito tantas novelas, que la primera de ella habrá quedado sepultada bajo el polvo, sus páginas amargas donde apenas se distinguirá la tinta negra sobre el fondo amarillo. Mis manos ya no sabrán escribir otra cosa que no sea tu nombre. Sobre las plumas ya gastadas yaceré porque de ellas nacieron tus letras y en ellas quiero vivir, contigo, en nuestro mundo ficticio con mi amor verdadero. Me arranqué las plumas por escribirte, porque no quería volar si no era contigo, porque mi cielo se tornó gris desde que te fuiste y ahora vivo en la noche las veinticuatro horas del día. Que ya he perdido toda esperanza en volver a ver tu alma, flotar con tu risa y volar con tu voz. Que ahora vivo de tus poemas, de sus estrofas y de sus versos; esos versos que nunca hablaron de mí. Versos de los que me alimenté hasta perder la ilusión o las ganas. Ahora yacen en mi lecho de plumas en el último rincón de aquel laberinto de libros, y me sirven de argumento para mis novelas, esas que llevan escrito entre líneas tu nombre, esas que descansarán junto a mis huesos donde nunca serán encontradas. Aquí yace la luna, rodeada de novelas, en el último rincón de este laberinto de paredes de libros. Aquí yace la luna, en El Cementerio de los Libros Olvidados. 

1095 días.

Me han hecho falta 1095 días para que me abrieran los ojos y me dijeran algo que durante tanto tiempo he evitado oír, y es que estoy enamorada de ti. ¿Y ahora qué? Si te tengo a mil lunas de distancia, si no sé ni si quiera si volveremos a cruzar una mirada, si se me hace imposible olvidarte y cada día parece que nos separa más espacio. Si no dejo de robarle estrellas al cielo para ti, si se me hace imposible sacarte de mi cabeza, si tienes secuestrada mi alma y haces con ella lo que te da la gana. Si cada vez que suena tu voz resucita el latido de mi corazón, si cada vez que embelleces el mundo con tu poesía me encantas más. Que cada mensaje tuyo acaba siendo una sonrisa y una cara de idiota cuando te da por ser un amor. Y le escribiré a la luna con tal de no decir tu nombre, porque tú ya sabes cuando hablo de ti. Que me da igual tener que vivir de noche para verte, dormir cuando todo vive y vivir cuando todo duerme, me da igual perderme en la noche, porque es tan bonita que puede compararse con perderme en tu mirada. Que no me iré de tu vida sin haber conocido tu alma a no ser que me eches a patadas de tanto querer mirarla. Y hoy te invito a que mires la luna, ayer estaba más bonita que nunca y decidí dejarle 365 mensajes para ti, para que te los de uno a uno durante todos los días del año, para que colmen tu vaso de felicidad o te saquen una sonrisa de complicidad. Que no dejaré nunca de soñar con tus labios y tus besos, esos que tanto he deseado probar, o con tus manos y tus caricias, las que sueño que me erizan la piel tan solo con rozarme, o con el susurro de tu voz en mi oído, culpable de que el huracán de mariposas tenga vía libre para salir de mi estómago y contaminarme las venas. Marcada por ti, porque sin quererlo dejaste tu huella, y no sé si fue la fuerza o qué llevaría tu suela, pero la marcaste tan fuerte que hasta duele. Que cada herida que aun me sangra lleva esa huella marcada, cada letra que te escribo lleva tu nombre y mis suspiros. Cada gota de mi sangre lleva el embrujo producto de intentar olvidarte. Que si fuera el mar lo que nos separase estaría dispuesta a nadar hasta la orilla de tu playa y resucitar entonces con la esperanza de tu mirada. Que un mismo manto de estrellas nos une. Observaré cada noche a la luna y le rezaré inútilmente para que algún día podamos mirarla juntas. Que tú eres la cura de mi locura, así que ven pronto, amor, que tengo miedo de no volver a recuperar la cordura. 

viernes, 19 de junio de 2015

Qué bonita ella.

Qué bonita es la vida cuando le sonríes incluso en las despedidas. Qué bonita cuando dejas que te sorprenda, cuando vives el hoy y dejas que el mañana sea como quiera. Qué bonita ella cuando te inunda de alegría, cuando deseas correr, gritar, sonreír y repartir abrazos a todos aquellos que tienen un hueco en ti. Qué bonita está cuando rebosa armonía y felicidad. Cuando la felicidad es tanta que necesitas compartirla. Por eso la comparto contigo, porque has sido testigo de mis días más oscuros, en los que ni las letras me salvaban de vivir el inframundo y tu voz caía como un hilo que me guiaba por el laberinto. Qué bonita ella cuando le das un respiro, tienes paciencia y te esfuerzas, que te da la recompensa aunque no sea a través de Cupido. Qué bonita ella. Y qué bonita tú, que te alegras desde el alma, que sonríes con mi entusiasmo y que has aguantado tanto tiempo mi lado oscuro que te mereces con creces que te invite a volar conmigo. Qué bonita tú por darme un empujón y tenderme la mano, por ayudarme a salir del agujero o a continuar tras cada tropiezo, por ver el camino por mí cuando las fuerzas no me permitían ni levantar los párpados, por confiar en mí cuando yo había olvidado hasta mi nombre. Qué bonita tú, por no perder la fe en lo que haces, por seguir luchando a pesar de los fracasos, por llenarnos de esperanzas cuando habíamos tirado la toalla, por no rendirte nunca y cumplir con tu labor desde eso que algunos llaman alma y otros corazón. Qué bonita esa rosa que por tu risa no marchita, o esa marea que respeta tu huella y deja que siga junto a la mía, o esa brisa que ya no me roba tu esencia y me complace con tu presencia. Qué bonita ella y qué bonita tú, que has decidido leer en la luna los mil mensajes que escribí para ti y desde entonces he podido volver a dormir. Qué bonita ella, que por cada caída me ha regalado un momento de gloria, y qué bonita tú por querer vivirlos a mi lado. 

jueves, 18 de junio de 2015

¿Qué no daría por ella?

Si ni si quiera la tengo y ya le guardo las estrellas, por aquello de que es tal el brillo de su mirada, que las apagaría si se decide a enfrentarlas. Si le ruego a las flores que no marchiten por miedo a acabar con la primavera de tanto esperarla. Si le escribo a la luna deseando que la lea y comprenda que, al otro lado del mundo, la sigo esperando sentada en el que fue nuestro banco. Si empiezo a odiar a la marea por llevarse nuestros nombres casi tan rápido como el tiempo se la llevó a ella. Si no puedo ver a las aves volar sin acordarme de ella y de su libertad. Porque aunque quiera tenerla sé que nunca será mía, que ella es del viento, del mar, de la noche, de las estrellas y de la luna. Que ella es del aire que cada día respiro y aun así no tengo de ella ni un suspiro. Es de las que te atan y huyen con tu libertad allá donde jamás la podrás alcanzar. Quizá por eso lo daría todo, porque es tanto su misterio que no quiero morirme sin resolverlo, porque es tan poco lo que brilla su tesoro que dentro debe haber algo que valga más que el oro. Quizá lo daría todo por ella porque muero por ver de dónde nace su poesía. O porque hasta a través de una pantalla su mirada me hechiza, sus labios me provocan y su voz me transporta a otro planeta, donde no existen ni el ruido, ni el agobio, ni los problemas. Porque ella es como una buena novela, que te seduce letra a letra y te enamora línea a línea, que te ata con cada palabra y te absorbe hasta hacerte suya, conociendo cada rincón de tu alma sin que tú descubras la suya. Como una novela de las que leerías una y otra vez sin cansarte, aunque recuerdes hasta el último detalle de sus personajes e incluso sueñes con sus paisajes, como una novela de las que se devoran en cuestión de horas, de las que nunca calman tu sed, de las que te matan cuando descubres que tienen punto y final. Ella es un acorde de felicidad, una canción de paz, un disco de amor y una banda sonora de esperanza. Estaría dispuesta a tanto por ella que ni si quiera mi mente alcanza a pensar qué sería. Pero no es algo de mente, ni de razón, sino de corazón. Es algo que sé que así será cuando verla triste me parte el alma, saber de sus lágrimas me aprieta la garganta y escuchar sus versos rotos me apaga los latidos y los hace lentos y sufridos. 

Y ella... ¿Qué daría por mí?

miércoles, 17 de junio de 2015

Te declaro culpable.

Quizá nos faltó tiempo para buscarnos, para mirarnos, para conocernos hasta el último rincón de nuestra alma con una mirada, para recorrer cada centímetro de nuestra piel con el suave tacto de nuestras manos. Quizá el tiempo apagó también la llama que iluminaba nuestro camino, y desde entonces andamos perdidas, a tientas, esperando que la vida nos devuelva la oportunidad que el tiempo se encargó de robarnos. Porque ni si quiera me dejó el tiempo decirte mi nombre, de estrecharte la mano o darte dos besos. A lo mejor el tiempo también secuestró a tus ganas de conceder oportunidades, ni si quiera me abriste la puerta porque no me dejaste llamar. Quizá no era el momento, ni la ocasión; no creo que sea lo mejor llamar a la puerta de nadie con mil corazas y puñales. Las heridas del alma, que ya sabes, a veces hieren para calmar su sed de venganza, a pesar de que esa sea la causa de que no cicatricen nunca. La venganza es como ese dedo que se mete en la yaga. Quizá fue el tiempo, o eso que llamamos destino, que decidió agotarse mientras reparaba mi alma con los trozos de coraza que me sobraban, y llenaba de cicatrices una hermosa mirada. Pero es que el daño es el único culpable de hacerme grande manifestándose en forma de caídas. Que las heridas que de niños son un raspón en la rodilla, de grande, se convierten en arañazos al alma, que poco a poco la desgarran y la destruyen sin intención de repararla. Que le matan las ilusiones y las ganas, y aniquilan cualquier atisbo de esperanza. Que destruye todo a su paso, sembrando el caos y el desorden, y que no le importa. Y a lo mejor mi dolor eres tú, el soñar con tus caricias y no saber ni si quiera la forma de tus manos, o soñar con tus ojos y no saber cómo es tu alma. Quizá mi dolor sea el quiero y no puedo, el miedo a no reconocer al amor cuando llame a mi puerta, o quizá miedo de que se pierda y no llegue, o que no le interese tanto como para buscar mi puerta y golpearla con los nudillos. Quizá mi dolor sea ver cómo pasa el tiempo y no poder hacer nada para detenerlo. 

Por amor.

Me limité a mirar las estrellas porque tu mirada quedaba demasiado lejos como para intentar perderme en ella. Me perdí en la oscuridad de la noche, quedándome al acecho por si decidías volver. Siempre te gustó la noche, como a Neruda o como a todo gran amante de las letras. A mí quizá más que a ti. Desde que cerraste tu corazón vivo enamorada de ella, quizá por esa manía de amar algo que me enseñaste tú, como si eso fuese suficiente para apagar el dolor de mi alma cada vez que comprueba que aun no te has decidido a abrir las puertas de la tuya. Tú y tu manía de encadenarte las heridas al alma y no dejarlas sanar al arrebatarles la libertad. Tú y tu manía de aferrarlo todo a ti, para sentirte segura, supongo. El tiempo y su manía de hacer más larga la espera. El mar y su manía de borrar nuestras huellas. Y en el fondo, allí donde ni si quiera la luz llega, está el pedazo de mi alma que aun te ama. Lo tengo esclavizado, buscando las llaves de tu castillo, tan enorme muralla que encierra un latido. Le he atado una cuerda, frágil como la porcelana, porque me da miedo que no encuentre el camino de vuelta a ti, princesa. Dile la verdad, ambas sabemos que te tragaste la llave, que borraste de tu vocabulario el verbo "amar", y que desde entonces, tu corazón, tiene un latido de más. Que en la puerta de tu alma tienes escrito "MIEDO", en mayúsculas y con la sangre de tus heridas, esas a las que negaste la ocasión de cicatrizar. Que ya no quieres a nadie y que perdiste esperanza alguna de volver a encontrar la llave. Que el acorde del dolor compone la melodía que te acompaña, y que tienes el aura siniestra de los individuos carentes de alma. Sigues siendo tú, tu mirada me lo dice, me pide a gritos que te salve, que guíe a mi esclavo y encuentre la llave, que tienes miedo a que los latidos de más, con el tiempo, pasen a ser de menos. Tranquila, el hilo de porcelana aun no se ha roto, rescataré a tu corazón antes de que quede marchito. He venido a por ti, a rescatarte de quien dices ser, a romperte las cadenas que te empeñaste en atar. He venido por mí, por hacer una locura, porque ya no tengo cura de ti. 

martes, 16 de junio de 2015

Escondidos, como tú y como yo.

Quizá aquellos que creemos extintos tan solo estén escondidos de este mundo, porque no lo reconocen, porque prefieren ser sombras en la noche a talismanes en busca y captura por aquellos desafortunados. Quizá se oculten esperando a aquellos como ellos que huirán despavoridos hacia el mismo escondrijo con la esperanza de restaurar la fe en aquello que algún día llamaron Humanidad. Se ocultan de versos rotos, de amaneceres color miedo, de regalos que se hacen llamar amor, de sonrisas vacías de felicidad. Ocultos de aquellos ojos que no saben mirar, de las miradas vacías que dominan un mundo en el que solían sobrar las palabras; ocultos de sus miedos hechos realidad. Se esconden de caricias a la mitad, de caminantes sin camino, de mares que perdieron su fiereza, de las alimañas que se hacen llamar humanos, de la bestialidad personificada. Se esconden por miedo, porque les da miedo enfrentarse a todo aquello en lo que nos hemos convertido. Porque les da miedo no encontrar amor libre, sonrisas alegres, lágrimas verdaderas, miradas que desnuden almas. Porque les da miedo ver que ya no queda nada de aquello que siempre intentaron proteger y defender. Pero no han perdido la esperanza. Aun te esperan, a ti, a la niña de mirada enamorada, a quién se pregunta dónde quedaron los que aman de verdad. Te esperan a ti, al poeta encargado de reconstruir los versos rotos por el miedo, a la inocencia pura que sigue creyendo en el amor desde dentro, a la fe ciega en aquello que sientes, a quien llora de pena al ver la vida llena de heridas mortales. Nos esperan a nosotros, a los que amamos la vida y lo demostramos en forma de versos, estrofas y poemas o líneas, párrafos y textos. Nos esperan a nosotros, a los que sabemos llegar y revivir algo que nunca debió estar muerto. Nos esperan a nosotros como quien espera agua en mitad del desierto. Nos esperan a nosotros para que alimentemos su alma con nuestra poesía o nuestros textos. Nos esperan, y con nosotros ruegan que llegue su fe. Nos esperan a nosotros, nos esperan ellos, los de los versos rotos.

lunes, 15 de junio de 2015

Ganar, que no ganarte.

Podré perder en sonrisa, en mirada, en belleza e incluso en alma. Perderé sin duda alguna en un duelo de baile o de canto, y el llanto del cielo enterrará las melodías que mi voz se habrá encargado de matar. Perderé si comparo mi don de la invención con el tuyo, si trato de adivinar por qué camino irás, si intento alcanzarte después de que hayas echado a volar. Pierdo en experiencia y gano de sobras en inocencia. Pierdo en libertad, en magia, en sensualidad. Podré perder todas y cada una de las batallas que libre contigo. Puedo, aunque no quiero, perderte. Perderé contra ti todas las veces que quieras ganarme, pues no me esforzaré en quedar por encima de ti. No pretendo ganarte, demostrarte que soy mejor, porque no creo que lo sea. No somos ni mejores ni peores, simplemente, diferentes. Pero algún día ganaré. No me hacen falta trofeos ni medallas que me motiven, ni juramentos de entregas de alma que garanticen mi recompensa. No necesito un premio para ganar. Ganaré, cueste lo que cueste, pero sé que lo haré. Ganaré cada vez que consiga arrancarte una sonrisa o cada vez que el mundo se paralice cuando sea yo la culpable de tu risa. Ganaré si consigo rodearte con mis brazos aunque sea un solo segundo, cuando tu voz me cante una nana cada noche antes de dormir. Ganaré cuando consiga una mirada tuya, cuando consiga verte el alma, cuando todos tus secretos, o la mayoría de ellos, se revelen al despuntar el alba. Porque no me hace falta más para sentir que he ganado. Quizá gane en un beso, una caricia o el suave tacto de tu pelo. Quizá pierda todo antes de ni si quiera rozarlo, pero nunca se sabe cuál será el resultado de la batalla hasta que se lucha. Nunca se sabe el número de los dados hasta que no los echas sobre la mesa. Podrás ganarme en mil cosas, mil veces, o hasta que te canses de ser siempre ganadora, pero yo, con una sonrisa o una mirada que consiga mostrarme tu alma habré ganado más que tú en cien mil batallas. 

domingo, 14 de junio de 2015

La eterna batalla.

Lo mío es aquello de buscar respuestas entre letras, líneas y párrafos. De preguntarle a las nubes por qué tapan al sol justo hoy que he decidido olvidarte. De buscar tu sombra en la oscuridad de la noche. De preguntarle a las estrellas por qué me miran ellas y no tú. Lo mío es aquello de coaccionar a Cupido para que te dispare sin conseguirlo, o eso de intentar respirar bajo el agua. Soy especialista en poner tiritas a heridas que nunca sanan, a esas heridas que tienen nombre y apellidos. Especialista en culpar a las piedras por encariñarme de ellas, y mira que las piedras son frías y duras. Perita en sueños rotos, memorias hechas trizas y corazones sin pecho al que latir. Experta en entender al resto sin ni si quiera intentarlo conmigo. ¿Cobarde? Quizá simplemente idiota, ilusa, soñadora. Probadora de besos invisibles con sabor a algodón. Testigo de caricias, abrazos y sueños siempre ajenos; como si un cuerpo sin aliento fuese testigo de vida. Caminante sin huellas ni camino, navegante sin barco y sin mar. Capitán sin gorra y sin timón, aviador sin alas ni motor. Escritor sin pluma ni tinta, lector sin hojas y sin letras. Poeta sin alma y sin versos, amor sin caricias ni besos. Odio sin rencor ni venganza, despedida sin lágrimas y sin tristeza. Noche sin sombras y sin estrellas, días sin sol ni alegría. Invierno sin verano, primavera sin otoño. Canción sin música, palabras sin sílabas. Amor sin odio y yo sin ti. Contigo en mi cabeza, allí donde sueñas. Contigo cuando duermes, cuando te apoyas en mi regazo y lento te acaricio, cuando siento el tacto de la yema de tus dedos recorriendo mi piel, cuando te desnudo el alma con una mirada. Contigo cuando deseo colmarte a besos, cuidarte hasta que duela, secarte las lágrimas hasta que se deshaga mi pañuelo, cogerte de la mano y caminar contigo hasta más allá del universo. Creer en el “para siempre” que nunca te diré por miedo a no cumplirlo, creer para mis adentros en la promesa de no romperte y con terror a fallarte. Creer en ti y en mí cuando esté contigo. Creer en aquello que siento y no en lo que pienso. Que estoy harta de que gane siempre la misma, de que se presencie siempre aquel que no tiene vela en este entierro o que corte siempre aquel que ni si quiera pincha. Harta de que gane la razón cuando el claro vencedor será siempre el corazón. 

sábado, 13 de junio de 2015

¿Hasta cuando?

¿Hasta cuando voy a seguir mintiéndome? ¿Hasta cuando voy a tratar de mantener oculto aquello que se escapa por el más pequeño de los agujeros? ¿Hasta cuando voy a negarlo todo? Que me muero por un beso de tus labios, porque sean tus manos las que rocen mi piel, por acariciarte el pelo, porque te duermas en mi pecho, por abrazarte mientras duermo, por mirarte a los ojos y decirte que te quiero. Que me acuesto cada noche queriendo sentir que te abrazo a ti y no a un trozo de espuma, que es tu aliento el que siento en el cuello y no este viento que lo único que hace es llenarme de miedo. Dime tú qué harías si fueses yo, si te sorprendieses mirando una pantalla, tecleando "tengo ganas de verte", si te notases los ojos vidriosos cada vez que le confiesas que para ti, después de todo, sigue siendo importante y que pase lo que pase lo seguirá siendo. Porque los ojos vidriosos llevan tatuada la verdad en sus pupilas y reflejan el miedo del alma y el corazón a ser destruidos de nuevo. Que no me importan tus armas y mi ausencia de escudos, que ya tengo el alma fragmentada de tanto creer en ti, de tanto quererte, de tanto llamarte en silencio, de tanto esperar tu regreso. Que deseo ver tu reflejo en mi espejo cada mañana, ver desde mi cama despuntar el alba contigo. Y es que aunque intente olvidarte siempre me pasará como a la piedra que intenta golpear al mar, que acaba ahogada en el seno de aquello que intentó quebrar. Revélame el secreto de tu magia embrujada, dame el antídoto de tu veneno, o dame un beso que me mate por dentro. Déjame vivir o mátame del todo pero no me dejes a medio camino entre la vida y la muerte, que antes quiero morirme que tenerte a medias, que para susurrarte que te quiero me hace falta tu oído. Que para tenerte en mi olvido prefiero no tenerte, prefiero no tener tus manos a no poder tocarlas y que prefiero que se apaguen tus versos a no poder amarlos saliendo de tu boca. 

sábado, 6 de junio de 2015

Rompecabezas complementarios.

Quizá soy demasiado ilusa cada vez que pienso que algún día me vas a escribir, que te acordarás de mí tanto como yo de ti, que sigo estando aquí para ti como tantas veces te he dicho. Y no sé si es el momento, el lugar o la ocasión indicada, tan solo que no hay manera de que no se nos acaben o la tinta o los folios y podamos seguir escribiendo esta historia que tanto tiempo lleva empezada. Y cuando tenemos tinta y papel , nos faltan la pluma, las ganas o ambas. Quizá simplemente que no sea ni el lugar ni la hora, quizá la vida nos haga alimentarnos de tiempo y así nos dé motivos para echarnos de menos; o de más, porque nunca se sabe. ¿Sabes? La ilusión es como la energía, ni se crea ni se destruye sino que se transforma; porque si no fuese así yo ya no tendría la esperanza o las ganas de encontrar la pluma, el papel y la tinta para seguir con todo esto. De seguir confiando en mis corazonadas, en el instinto, en aquello que se dice de que todo sucede por algo. No sé qué pasará, ni tampoco puedo saber qué habría sido de mi vida sin ti, o qué habría sido de mí sin este blog, el encargado de unir nuestros caminos de nuevo. ¿Qué será del futuro? ¿Quién formará parte de él? No sé si voy a verte otra vez, si voy a escuchar tu risa, sentir el tacto de tus manos, sentir la tensión de tu cuello, apreciar tu voz y perderme en tu mirada; no sé si volveremos a cruzar una palabra, pero mi memoria guardará nuestras huellas, una al lado de la otra, hasta que mi vida se apague o, como suelo decir, hasta que mi memoria quiera. Futuro, eso tan incierto y que tanto nos asusta, ese gran desconocido. El futuro es hoy, cada segundo que pasa, cada parpadeo, cada latido, cada respiración... Un futuro, lleno de objetivos, de metas y de sueños por cumplir, que se acerca a pasos de gigante y aparece cuando menos lo esperas, cuando sientes que el hoy durará para siempre, y parpadeas y te das cuenta de que lo que vivías como eterno tan solo es pretérito y que aquello que tanto te asustaba es ahora el presente. Y mi presente, ese que ahora está calmado, echa de menos cada emoción, cada vuelco al corazón, cada lágrima, cada sonrisa, cada silencio, cada palabra... Mi presente se siente vacío de ti y no encuentra nada capaz de llenar ese hueco. Supongo que forma parte de la vida, acabar siendo un puzzle, o una chaqueta que ha sido fruto de mil trocitos de tela diferentes. Supongo que todos acabamos siendo parches de aquellos que pasaron por nuestra vida, o acabamos cubiertos de firmas, huellas, marcas, pegatinas, huecos, vacíos, experiencias, sentimientos... llámalo como quieras. Somos piezas de mil rompecabezas diferentes que, sin creerlo, han acabado encajando.