jueves, 27 de diciembre de 2018

Cuenta atrás.

No me imagino vivir en un sitio alejado de la costa dónde no pudiera darle playa al cuerpo cada vez queme la pide.

Está cerquita de acabar un año intenso que me ha hecho aprender a ver el mundo un par de escalones por arriba; desde donde se tiene mayor perspectiva de la barbarie, sí, pero también una mejor vista del mar: creo que ya entiendo por qué mi color es el azul.

Ha sido un año de superación en muchos sentidos, pero aun más si cabe en lo personal. He aprendido una parte de lo que no quiero en mi vida y también he aprendido a deshacerme de ti. No quiero un 2019 con tu toxicidad ni si quiera en el recuerdo. 

Quiero despedir el año junto a un amigo que siempre estuvo ahí pero que durante dos años medio olvidé, y después de nuestra historia, él ha seguido estando ahí. Creo que le debo una disculpa, un abrazo gigante y un fiestón. Se merece mi tiempo porque él me dio el suyo aun cuando yo no lo quise coger. 

Será un año bueno porque al fin estoy aprendiendo a quedarme con quienes me cuidan y me apoyan después de cada error, y es a esas personas a las que quiero cuidar siempre. 

He aprendido que el amor de una desconocida no debería nunca separarme de los míos, o de quien considero peor separarme: de mí misma. 

Que las discusiones son normales porque dos persona jamás pensarán igual en todo, y el no tenerlas es sinónimo de que una de las partes se ha olvidado de sí misma y ha pasado a ser una extensión de la otra parte. 

Creo que nunca jamás en mi vida me había sentido tan agradecida por estar rodeada de gente que me quiere tan bien.