Supongo que ya está, que al final ha sonado el despertador que tantas veces he apagado y que, de una vez por todas, su espantosa melodía ha conseguido devolverme a la realidad. Supongo que ha conseguido despegar las sábanas de mi cuerpo aun dormido y tirar de mí con la cuerda imaginaria que conecta el ritmo del reloj con mis andares. Supongo que al final he decidido salir de la cama para intentar ganarle la carrera al tiempo, para intentar convencerme de que volverá por mucho que digan que nunca lo hace, de la misma forma que esperaba tu regreso pese a que me dijeras que no volverías.
Supongo que intenté rebobinar mi vida como si de una película de las de antes se tratase, que intenté buscar la cara B de la cinta y olvidé que mi canción preferida sonaba en ese momento en la otra cara de la vida, en la que corría con el tiempo. Supongo que intenté soplarle al viento y hacerte llegar mi brisa con un mensaje que dijera que aun seguía esperando en el último lugar en el que fuimos una.
Imagino que mi esperanza todavía no estaba rota y que, pese a todas nuestras grietas, seguía creyendo en el amor eterno; en la más pura idealización de una vida contigo. Eso es todo. A lo lejos, como con miedo, se acercaba la realidad, con paso lento pero firme, avisando el golpe e intentando preparar nuestro cuerpo frente al miedo; y al final, enrabietada porque la comparasen con el pastor y el lobo, golpeó con más fuerza que nunca y no solo me ha roto los miedos, sino que me ha roto hasta el aliento.
Supongo que la culpa fue mía, por querer vivir entre sábanas esperando la metamorfosis del alma, por querer despertar en la utopía que había creado con mis sueños, por intentar modelar la vida a mi antojo y olvidarme de vivirla.
Tiempo uno, idiota cero. Veamos quien muere primero.