domingo, 4 de septiembre de 2016

Un hilo rojo.

Conectada a ti, así me siento; no sé si por un hilo rojo invisible atado a nuestros meñiques, por un par de bolas de metacrilato - sí, metacrilato, esa palabra que tantas trabas te pone - o por pura, dura y admirable casualidad. 

Es una conexión que nunca antes había sentido con nadie, y lejos de asustarme, me gusta. Y me gusta porque, dentro de toda esta barbarie y este mundo tan lleno de trampas, hemos creado una realidad intangible solo nuestra en la que vivir tan fuera y a la vez tan dentro de la rutina envolvente que inunda nuestros días. 

Y es a ese mundo al que accedo cada vez que nos miramos, cada vez que decidimos nadar en nuestra cala desierta, en nuestra playa de agua turquesa y olas que mecen sin necesidad de cuna. 

Conexión también es la que tienen nuestros pechos, que se regalan latidos de más por todas esas veces que se han echado de menos y aun les quedan fuerzas para para buscar sus alas y echar a volar hasta encontrarse. Y es que parece que ya no saben vivir sin escucharse, que ya no pueden dormir sin abrazarse, y que ya no pueden latir sin otro pecho al que golpear. 

Ya queda menos para fundirnos en un abrazo y confundirnos, para olvidarnos de las palabras y hasta de respirar. Ya queda menos para buscarte las cosquillas, besarte las sonrisas y bailar toda la noche al son de tu risa. Ya queda menos para destensar el hilo rojo que hemos tensado con tanto tira y tan poco afloja, porque ninguna de las dos aguantaba tanto sin sentirse. 

Ya queda menos, y cada vez parece más, para escucharte de nuevo; para que el tiempo decida echar a correr mientras tú y yo nos tumbamos esperando amanecer.

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