martes, 14 de junio de 2016

Tú, en cambio, sí puedes irte.

Me gusta perderme entre calles, callejuelas y callejones sin salida. Me gusta que me devore la jungla de asfalto en la que vivimos y al final me sorprenda con la belleza de su estómago. Me gusta que cientos de turistas la visiten cada día y que vean algo nuevo en lo que yo veo rutina. Rutina desde que ya no caminas conmigo, que todo sea dicho.

Me gusta sentir que el norte también se me ha ido con el juicio y que allí, en el lugar a donde van a parar las esperanzas perdidas, se unen todos con las cuerdas que un día dejaron de ser. Me gusta que esas cuerdas te sirvan de liana para lanzarte directa a tus sueños. Ojalá y consigas palpar las utopías que durante tanto tiempo me contaste, y que te sirvieron de excusa para vestirte mis alas y volar lejos de aquí.

Te seguiré esperando en este taburete desde el que solía leerte, lo único que las palabras me rebotan ahora que has decidido hacer oídos sordos a los pocos versos que has dejado con ganas de seguir viviendo. Espero que no tengas que volver; y no, no es que me haya cansado de curarte las heridas, es simplemente que he decidido empezar a cerrar las mías.

¿Te puedo pedir una cosa? No vuelvas; déjame sola durante toda la vida; me apetece conocerme hasta desgastarme los defectos y borrar el odio que bañaba siempre mi reflejo. 

Volveré, porque nunca me he ido, porque la locura no ha podido robarme la ausencia y es solo cuestión de tiempo que consiga renacer. No me he ido; y no, nunca me iré.

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