lunes, 2 de enero de 2017

Volar.

Abrazos largos, de esos que duran incontables segundos, porque el tiempo no se mide si se trata de amor. Besos que duran para siempre, y no se cansan mis labios de rozar los tuyos; y quizá duren solo un momento, pero no existe el tiempo si se trata de ti y de mí. Caricias que se funden con mi espalda, que dejan huella durante un milisegundo que parece la eternidad si son tus manos las que me rozan. Y miradas que detienen para siempre el tiempo, que nunca acaban, tan profundas que incluso parecen perdidas, cuando en realidad andan perdidas dentro del mar y del río que tienen por descubrir; miradas que hacen del tiempo lo efímero, y de lo nuestro, del nosotras lo imperecedero. 

Firmamentos que se tiñen de sueños cumplidos, de promesas realizadas y de versos dirigidos al alma. Horizontes que se persiguen sin prisa, sabiendo que nunca se dejarán alcanzar, con cerveza en mano, infinitas historias por contar y toda una vida por andar. Amaneceres a la orilla del mar sin más calor que el de tu abrazo, sin nada más que contigo, sin nada más que el alma llena y repleta de latidos. 

Corazones que bailan al compás de las arritmias que nos provocamos al mirarnos, rodillas que tiemblan al escuchar de tus labios el más sincero de los te quiero, y almas que mueren de risa a cosquillas en un paseo de tu mano.

Definiciones vacías, e intentos burdos y absurdos de encontrar palabras que definan semejante unión, que definan tan bien el nosotras que sin quererlo hemos creado.

Volar.