jueves, 14 de septiembre de 2017

Por si decides volver.

Por si decides volver, hay una puerta entreabierta. De su cerrojo, aun sin correr, cuelga una lista de condiciones necesarias para poder abrazarme por dentro. 

Si quieres entrar, hazlo mientras la puerta esté abierta. Pero no quiero dudas, ni medios cuerpos asomados, ni obstáculos que impidan que el atisbo de luz llegue a mi rincón más oscuro; me gusta sentirme a salvo de mi propia oscuridad. 

Si quieres entrar, entra, pero no te marches sin pagar y sin recoger los cristales rotos de mis ventanas. Tampoco me hagas sentir que mi sangre es culpa mía cuando yo no tiré piedras a mis ventanas. No te marches con las manos en alto ni dejes la cuenta pendiente. 

Si te vas, aléjate del todo; estoy aprendiendo a domesticar a mis monstruos y la carne fresca los distrae de su verdadero objetivo. Y ya sabes, son monstruos y tienden a romper todo a su paso. 

Si te vas no me mires por última vez, pues como yo misma soy mar tiendo a adueñarme de todos los naufragios; incluso aquellos provocados en el cauce de tu río. 

Yo, como mar, quiero que navegues siempre: ya te lo he dicho. Pero no quiero que te debatas entre el naufragio y el velero, porque sentir tus patadas pidiendo auxilio me hace sentir mal por dentro. 

Darle patadas al mar no lo hace estar en calma. 

lunes, 11 de septiembre de 2017

He vuelto a las andadas.

Hoy he vuelto a escribir y eso solo puede significar dos cosas: que todo va bien o que todo se derrumba. 

Sois mi salida del pozo. Me consuela saber que ahí fuera hay gente que se identifica con mis letras, aunque me llene de tristeza al mismo tiempo. 

Nado en un pozo del que no puedo ver el fondo; y eso solo puede ser buena señal, significa que, aunque haya caído dentro, no tengo todo el cuerpo empapado y frío, entumecido y doloroso. He sido capaz de escribir, de sentarme en mi diván y ser mi psicóloga, de teclear un rato y verme por dentro ya que no soy capaz de mirarme al espejo. Y cuando lo consigo solo puedo verme los ojos, tristes, manchando una cara que me resulta tan bonita.

Aprendo, supongo, a esperar, o a no esperar nada de nadie - aun no lo tengo claro - pero algo, al fin y al cabo. Aprendo que a veces lo único que puedes hacer es sentarte en una silla, al lado del director, y esperar a que el guión de la película vuelva a mencionar tu nombre - siempre y cuando tu personaje no esté muerto. Que a veces tu alrededor se ralentiza  y tú solo puedes ver la bala dirigida a tu pecho, rígido, como todo tu cuerpo, y esperar el impacto. 

Me pregunto si hubo también una segunda bala que saliera por la culata.