Si quieres entrar, hazlo mientras la puerta esté abierta. Pero no quiero dudas, ni medios cuerpos asomados, ni obstáculos que impidan que el atisbo de luz llegue a mi rincón más oscuro; me gusta sentirme a salvo de mi propia oscuridad.
Si quieres entrar, entra, pero no te marches sin pagar y sin recoger los cristales rotos de mis ventanas. Tampoco me hagas sentir que mi sangre es culpa mía cuando yo no tiré piedras a mis ventanas. No te marches con las manos en alto ni dejes la cuenta pendiente.
Si te vas, aléjate del todo; estoy aprendiendo a domesticar a mis monstruos y la carne fresca los distrae de su verdadero objetivo. Y ya sabes, son monstruos y tienden a romper todo a su paso.
Si te vas no me mires por última vez, pues como yo misma soy mar tiendo a adueñarme de todos los naufragios; incluso aquellos provocados en el cauce de tu río.
Yo, como mar, quiero que navegues siempre: ya te lo he dicho. Pero no quiero que te debatas entre el naufragio y el velero, porque sentir tus patadas pidiendo auxilio me hace sentir mal por dentro.
Darle patadas al mar no lo hace estar en calma.