lunes, 1 de mayo de 2017

Ni en invierno tengo frío.

Me toca el alma por dentro ver cómo la pena inunda tu almacén de sentimientos hasta hacer desbordar tu río. Me toca por dentro, hace que a mi mar le suba la marea, quizá porque es tu luna la que está llena. 

¿Por qué lloramos? Nos preguntamos entre cervezas, entre miradas y sonrisas, cómplices, como del papel que ha terminado muerto después de unas letras tatuadas en su anverso. ¿O era el reverso?

Sólo sé que del derecho y del revés me enamoras, de la cabeza a los pies. Por dentro y por fuera, con los sentimientos a flor de piel, con el corazón desbocado, con la lluvia inundando tu río, y haciendo que tu vida llegue a esos ojos que necesitan mirarse bien adentro. 

Sólo sé que yo me encontré en tus gélidas aguas y, desde entonces, ni en invierno he vuelto a tener frío; quizá porque encontré mi mar, y también tu abrazo. Quizá porque te miré y no le tuve miedo al hielo.

Pero lo mejor de todo fue que el mar desembocó en el río, que la luna y el sol se miraron a los ojos para amarse por fin, que el invierno de tus pies encontró el verano de mi piel, y desde entonces, cuando dormimos, nunca tenemos frío. 

Lo mejor de todo fue que, naufragando yo en tu río y tú en mi mar, encontramos nuestro hogar.