domingo, 23 de octubre de 2016

Tres pilares.

Echar de menos es uno de los mejores sentimientos, sí, y no lo pongo en duda; pero aun no me he acostumbrado a que las cosas buenas también duelan. Y es que el vació que habéis dejado es incluso más grande que el lleno que había con vosotros. No hay voces que rocen el parentesco con las vuestras, ni abrazos que devuelvan ese calor que se han quedado las distancias, ni palabras que alienten tanto a enfrentarse a la muerte.

Ya no hay disparos que reaviven tanto como vuestras sonrisas, ni carcajadas que no suenen vacías, ni tanta complicidad como la que había con solo vuestra presencia. Ya no hay unión, o al menos yo no la siento sin vosotros. Ya no me siento como en casa con un poco de arena en los pies, y es que se me cae el techo a los pies; normal, he perdido tres de las cuatro paredes que lo sostenían. 

Este puzzle ya no está completo; aunque hayan otras piezas, ninguna encaja como vosotros. Sois únicos, y por eso siempre tendréis hueco, y dejareis huella, y marcareis a fuego. Y no se trata de eslabones perdidos, sino de trozos de alma un poco más lejos de la cuenta; trozos de alma que siguen unidos sin necesidad de que las distancias se acorten y puedan fundirse de nuevo en un abrazo.

Las ausencias duelen, al igual que moja la lluvia fina y constante. Las ausencias duelen, y se clavan en lo más profundo de ti, como ese frío húmedo de un invierno en la costa que cala hasta los huesos, o una espina traicionera que protege el tallo de la más bella flor. Y no, no quiero que a este clavo lo saque otro clavo; quiero tenerlo ahí para siempre y seguiros sintiendo cerca a pesar de que parezca que cada vez estáis más lejos.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Casualidades.

Me gusta ponerme nerviosa cuando voy a darte una sorpresa, que se me acelere el corazón y el pedaleo a medida que se va haciendo ovillo el hilo invisible que nos une, me gusta la cara que se te queda, la cara que se me queda y la felicidad y la ilusión que se respiran en el ambiente. Me gusta visitarte fugazmente, cual estrella, aunque tus ojos brillen más que ninguna de ellas - al menos cada vez que nos vemos. 

Llevaba tiempo sin escribirte, y no porque me dejes sin palabras - que viene a pasarme todo el tiempo - sino porque no se me ha ocurrido matar a un gato para lanzarte unos versos. Quizá porque siempre te defines como un gato y mis versos hace tiempo que dejaron de cortar y de sangrar. 

¿Sabes? Hoy me he acordado de la noche en la que, como dos gatos curiosos y casi quedándonos sin vida, dimos de frente con unos cuantos focos que, pese a no iluminarnos, nos hicieron sentirnos parte de la trama. Hoy me he dado cuenta de que estamos hechas de casualidad, y quizá por eso nos besamos esa noche, porque aun sin querer verlas, vimos a las casualidades pasando por el lugar, casi tan pequeñas y desapercibidas como nosotras; y bajo esa invisibilidad secundada por unas cuantas miradas y que no eran pocas, nos miramos, y lejos de conocernos, nos reconocimos, como dos viejos amigos o como dos viejas almas que juran conocerse de otra vida - normal, hemos tenido otras siete y tendremos siete más por cada una que gastemos hasta que dejemos de reír. 

Hoy he caído en la cuenta de lo feliz que me hace sentir el viento golpeándome la cara, despeinándome y alocándome aún más si cabe la vida, y lo feliz que me hace robarle la paz al mundo cuando dormimos las dos arropadas en un abrazo desnudo, sentir a nuestro huracán sacudiendo nuestros cimientos y no dejar de reír por las cosquillas que nos provocan cada uno de los temblores. 

Y es que me encantas, y me encanta lo que no tiene nombre. Andamos sin pararnos y sin camino definido, y borrando las huellas y el camino que vamos construyendo, y subiendo montañas con la ayuda de la confianza y la comunicación, y disfrutando de las vistas en un abrazo callado pero intenso y suave, y bajando rodando colina abajo, y rompiendo los frenos para no accionarlos ni en caso de posible golpe, y dibujando sonrisas que iluminan la más cerrada noche, y alimentándonos de versos y de muertos que colgamos de paredes, y buscándonos las cosquillas, y matándonos de sentimiento, y queriéndonos a rabiar y sin medida, y viviendo, y soñando y llorando y riendo y hasta volando; pero sobre todo: viviendo.