lunes, 26 de diciembre de 2016

Los buenos.

Caminamos tanto entre pasado y futuro que nos olvidamos de correr en el presente y éste, echa a volar. Vivimos en sueños, deseando tocar la intocable utopía, sin notar que el presente se escurre entre nuestros dedos. Se nos va el tiempo, y con él la vida, que nos pilla con la mirada en el horizonte perdida y los pies en un lugar que no es ayer ni mañana, y tampoco es hoy. 

Perseguir el horizonte es una forma - quizá la mejor - de seguir andando siempre y cuando no se pierda el hoy; esa realidad tan efímera y volátil que apenas dura un pestañeo, esa realidad que se torna imperecedera cuando nuestros ojos vuelven a mirarse, cuando nuestras almas vuelven a desnudarse. 

El hoy, esa delgada línea que separa lo que vino y lo que vendrá, esa delgada línea que apenas muestra lo que es, lo que está. En la cuerda floja, ahí está la vida. Y en eso consiste, en ir dando tumbos y acostumbrarnos al vértigo de casi caer, retomar el equilibro y volverlo a perder, caminar y sentirnos caer, equilibrarnos y volver a aprender, ganar y perder el miedo, soñar y luchar por no caer. Es no ver el final, es casi no ver por donde pisas pero saber por donde andas, es vivir en la delgada línea del ahora. Es estar, es ser. Al final quedan los buenos - funambulistas, claro - pero esa palabra nunca nos la dicen. 

Es saber que aunque abajo están el presente y el futuro, en realidad en el ahora no existen. Solo estáis tú y los buenos que te enseñan cómo caminar pero no dónde parar. Estás tú y están los buenos que han decidido estar, que han olvidado tus codazos y te han vuelto a equilibrar, no sin antes enseñarte a no caer.

Solo quedan los buenos. Y digo quedan, aquí y ahora, porque nunca se detienen, porque nunca se van, porque siempre están en la delgada línea que separa el ayer del mañana; porque pese a vivir en lo efímero, consiguen ser eternos.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Un monstruo vive en mí.

Un monstruo vive en mí, no sé desde hace cuánto y ni si quiera sé si yo lo he creado. Creo que cuando tengo miedo, mi subconsciente lo encierra; y son tantas las ganas que tiene de salir, que se aferra a los barrotrs haciendo ademán de romperlos. Sin embargo, cada vez que los sostiene, una parte de él sirve de alimento a su jaula y, él mismo, se va consumiendo en miedo. No sé si yo le di vida, pero está claro que en algún momento le ofrecí refugio, y él se aferró con todas sus fuerzas a la jaula de mi alma. 

A veces me olvido de que existe, y parece que eso le hace sentirse libre. Otras veces, me pide comida aun cuando no tiene hambre; y yo, tonta de mí - o bondadosa -, le ofrezco alimento hasta que está tan lleno que casi no me deja ni sitio ni oportunidad de ser, hasta que casi se apodera de mí. 

A veces su ira me domina, y paso a ser yo la que se siente en un lugar angosto, terriblemente pequeño, oscuro y desolador. Pero solo a veces, cuando me olvido de soñar. 

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Nuestro silencio.

Escuchaste mi silencio, ese silencio que pedía a gritos un poco de amor, a gritos de silencio, ese que nunca se ve y mucho menos se aprecia. Era una fiesta callada, o al menos así la hicimos nosotras. Una fiesta en la que tú y yo, en medio de tanto grito, tanto ruido y tanta música, decidimos escuchar el silencio, ese gran conocido que aun sigue teniendo mucho que contarnos. Quizá fue él quien, por el simple hecho de querer escucharlo, unió nuestros meñiques en la intimidad de una noche repleta de gente, y la invisibilidad de nuestro silencio hizo el resto. 

Dentro de nuestro silencio nos hablamos, nos miramos, nos gustamos y nos escuchamos, quizá porque principalmente solo dijimos nada, solo dijimos todo, solo dijimos silencio. No hay mejor sensación que la de ser invisible al mundo y visible para ti, una de los que me quiere. ¿Y qué me dices de reír y de solo escucharnos nosotras? ¿Y de eso de, aun con los focos apuntándonos directamente, seguir siendo invisibles, seguir siendo solo tú y yo las testigos de este efecto Tyndall? 

Se me interrumpen las palabras con suspiros, suspiros que suenan sin sonar a "te echo de menos". Suspiros que suenan a "me muero por regalarte unos versos aun dentro de nuestro silencio". Ahogamos los gritos y callamos el ruido solo con mirarnos, hacemos la paz en un abrazo desnudo después de hacer el amor, hacemos silenciosa poesía solo con mirarnos. Nos hacemos y deshacemos en un continuo latir, en unas continuas ganas de ti y de nuestro silencio. Y no, no sé si se regeneran o es que simplemente no se acaban, pero tampoco quiero. 

Ahora el mundo dice que el amor va de pequeños detalles. Tú y yo ya lo sabíamos; ya sabíamos que esto va de mirar más allá, que este juego de querernos va de escuchar el silencio.