viernes, 1 de mayo de 2015

Una de aquellos.

Siempre me gustaron aquellos amores de verano que duran algo más que un simple verano, que duran hasta que se gastan, que no se guardan las ganas hasta la próxima, que se buscan hasta encontrarse, que se agotan de tanto usarse, que se exprimen hasta la última gota y se consumen hasta que no les queda oxígeno para seguir ardiendo. Me gustan esos amores dispuestos a todo y teniendo nada como excusa, aquellos que se matan para luego resucitarse, aquellos que se ahogan para luego darse aire. Me gustaron siempre aquellos que viven el momento como si fuese el último o el primero, ese tan esperado que por fin llega. Siempre me gustaron aquellos que son los últimos en darse cuenta de algo que se nota a kilómetros, aquellos llenos de inocencia, de ternura y también de vergüenza, aquellos que supieron no quedarse con las ganas y disfrutar cada segundo. Aquellos que vivieron a lo loco sin preocuparse demasiado del futuro y dejando atrás eso a lo que llamamos pasado. Envidié a aquellos que supieron despojarse de los miedos, dejarse desnudar el alma sin ningún tipo de miedo a volver a sufrir, confiar tanto en ellos como para ser capaces de dejarse llevar. Envidié a aquel al que no le afectaba una derrota, al que sabía de qué era capaz y salía a conseguirlo, a quien tiene la suficiente seguridad y confianza en sí mismo como para no dejarse llevar por sus miedos y vencerlos de una vez. Pero ya no los envidio porque ahora soy una de ellos, de los que cada vez somos menos pero podríamos ser más. Una de esos de los que se levantan pese a seguir sangrando, de los que siguen pese a no haber cicatrizado todavía, de los que no esperan al tren y andan a buscarlo por las vías, de aquellos que sirven de guía para todo soñador con ganas de cumplir su sueño. Una de aquellos que cruzaron sus metas y siguieron en busca de nuevas, que sacaron fuerzas de debajo de las piedras, que supieron escuchar tu risa y encontrarla. 

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