lunes, 11 de mayo de 2015

Cartas antiguas y modernas.

Una carta es, para muchos, un trozo de papel cualquiera adornado con palabras que, al  no ser hechos, no significan nada. Es, para muchos, una forma tonta de gastar el tiempo, una estupidez, algo sin valor. Una carta, para muchos, no tiene ningún valor puesto que no se compra. Pero una carta es algo más que un trozo de papel adornado con letras. Una carta es un trozo de alma regalado en forma de sentimientos que se plasman con palabras. Es una muestra de que realmente importas para aquel que te escribe, que puede haber pasado mucho tiempo, pero que no es tan fácil olvidar a aquellos que te enseñan algo, por mínimo que sea. Lo triste es que estamos abandonando el hábito de escribirnos, de abrirnos a los demás, de dejar la coraza a un lado y mostrar un trozo de nuestra alma. Añoro las cartas perfumadas que esperabas durante días, las que guardas en un cajón y lees una y otra vez, esas cartas que se tornan amarillas por el paso del tiempo y a las que empiezan a difuminárseles las letras, pero te da igual porque de tantas veces que las has leído serías capaces de recitarlas de memoria. Esas cartas que valen más que todo el dinero del mundo junto, esas que cuentan una parte de tu historia tal y como la viviste. Las cartas que salen del alma, esas que se escriben solas, en las que el corazón habla y tu mano transcribe. 

Las hemos sustituido por absurdos mensajes de Whatsapp y mil redes sociales diferentes, que permiten la comunicación al instante pero al final, acabas echando de menos la espera y no lo recibes con tantas ganas. No se han extinguido, nos quedan los e-mails, son como las cartas modernas que, aunque no son perfumadas, siguen manteniendo lo esencial: hablar desde dentro y expresar aquello que muchas veces los actos no consiguen demostrar. 

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