sábado, 7 de febrero de 2015

Querida rosa maldita.

Dicen que no hay peor sensación que sentirte solo aun estando rodeado por decenas de personas. También dicen que más vale solo que mal acompañado, que segundas partes nunca fueron buenas y que todo se acaba, que no existe lo eterno, que todo es efímero. Ni si quiera el tiempo durará para siempre. Todo acaba, todo muere. Ni si quiera un recuerdo dura para siempre. Ojalá. O quizá mejor. Un recuerdo que se borra es una página rota, quemada, reducida a cenizas, un sufrimiento menos o una pena más. Pero no todos los recuerdos se borran, algunos se graban a fuego y es imposible desprenderse de ellos. Supongo que ellos son los encargados de definirnos, de decidir quiénes seremos a partir de ese instante. Y juro que me gustaría olvidarte y recordarte para siempre. Tú me hiciste grande y tu recuerdo me hace pequeña. Soy débil ante ti, ante una simple fotografía tuya. Lo odio. Alguien que no supo ver el valor no debería hacerme débil. Pero tocaste tanto que es imposible sacarte. Y mira que lo intento, pero ahí sigues, tocando fondo, haciendo que tu recuerdo duela. Y quiero olvidarte, pero supongo que no se puede olvidar a alguien que te ha hecho como eres hoy día. Ahí está tu libro, guardado junto a mis tesoros más preciados. Ahí está tu página, doblada sutilmente en una esquina, desgastada de tanto leerla, decolorada, difuminada, pero presente desde y durante mucho tiempo. Incluso cuando las letras se borren mi recuerdo será capaz de escribirlas una y otra vez, aunque de nada sirva. Toda rosa marchita, menos aquella arrancada de un jardín maldito. Querida rosa maldita, maldigo el día en que me clavé tu espina. 

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