jueves, 9 de julio de 2015

Armas de doble filo.

Lo bueno de soñar será siempre estar dormido. Al igual que lo bueno de tener ilusión y esperanza es sentirse vivo. Es bonito cuando sueñas incluso despierto, cuando sientes que puedes arañar el cielo y guardar para siempre algodón entre tus dedos, cuando borras de tu diccionario la palabra "imposible", cuando te pones las alas y echas a volar. Lo malo de soñar es la ceguera, no sentir los muros hasta estamparse con ellos, despertar y darte cuenta de que nada fue real, ni si quiera lo que sentías en ese momento. Lo malo de volar es no tener nunca los pies en la tierra, que la mente nos lleve hasta el séptimo cielo y después caer, como aquel pájaro sin alas que no puede alzar el vuelo. Y las caídas duelen, a veces incluso matan. Que no hay tiritas para curar las decepciones, no hay manera de cicatrizar desilusiones, que duele creerte dueño del cielo y no ser dueño ni del infierno. Nos pensamos que la vida es un juego, que no es verdad eso de que te quemas si juegas con fuego, que las cosas son siempre como nosotros las percibimos y olvidamos que hay mil ojos ahí fuera que nunca verán lo mismo que tú. Encadenamos nuestra alma, vendamos nuestros ojos y, aun siendo ciegos, nos empeñamos en ser líderes de nuestro camino. Cerramos la mente y con ella la posibilidad de aprendizaje, cerramos los puños y con ellos la oportunidad de que una mano amiga nos levante. Queremos que nos entiendan sin pretender entender al resto y así nos va. Nos ahogamos en un mar de soledad al que nosotros hemos abierto el grifo, nos atragantamos al digerir todo el odio que nosotros mismos cocinamos, atacamos con cuchillos de doble filo y nos sorprende acabar siendo nosotros los heridos. Creamos corazas de odio, traición, desconfianza, celos, inseguridad y sobre todo miedo. Vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Somos conscientes de las corazas de hielo que tenemos y aun así nos negamos a pedir ayuda, porque vale más nuestro orgullo que cualquier calor que quiera deshacer nuestro hielo. Nos alejamos del fuego no porque queme, sino porque nos da miedo que al fundir el hielo acabemos siendo vulnerables. Amigo mío, no hay nadie más vulnerable que aquel que es dominado por sus miedos. Cariño, lucha por ser tu mismo, por no tener más tiempo el corazón helado, por cambiar el odio por el amor, la traición por la lealtad, los celos por la seguridad. Cielo, confía en ti tanto como lo hago yo, e incluso más. Quiérete más de lo que yo te quiero. Amor, fundamos nuestros hielos y corramos camino a la felicidad.

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