martes, 21 de abril de 2015

Sin punto intermedio.

Sabemos nuestros nombres y apellidos, cómo son nuestro pelo, nuestros ojos y nuestras sonrisas. Sabemos el tono de nuestras voces y la intensidad de nuestras miradas. Sabemos nuestros gustos y aficiones, nuestras manías y nuestros secretos más ocultos. Sabemos todo y somos nada. Somos palabras lanzadas al aire, versos que nunca vieron su tinta, y poemas que nunca tuvieron estrofas. Somos miradas llenas de magia que nunca llegaron a encontrarse, almas vestidas que nunca llegaron a desnudarse y corazones apagados por la soledad. Somos olas deseando desatar la bravura del mar, vientos deseando desatar el peor de los huracanes y rocas deseando fundirse en candente lava. Somos mariposas esperando el momento de acariciar vientres, somos intenciones vacías de actos, somos las ganas a las que les falta ilusión. Somos el semáforo que se pone en rojo cuando más prisa tenemos, o el retraso del metro cuando salimos con el tiempo justo, o el bus que arranca cuando estás llegando a la parada. Somos dos imanes que se repelen cuando pueden atraerse, sol y luna cuando podemos ser luna y estrellas, o noche y día cuando podemos ser día y alegría. Somos frío y calor pero nunca templado, blanco y negro pero nunca gris, salud o enfermedad pero nunca convalecencia. Somos de saltar sin pensar o no saltar por pensar, pero nunca actuar por apetencia. Somos valientes o cobardes, no tenemos punto intermedio. Somos extremos, extremos que tienden a alejarse y que nunca llegarán a encontrarse, y si lo hacen será en el infinito y allí nunca se sabe. Somos de sonrisas o de lágrimas, pero nunca de una mezcla entre ambas. Somos esas líneas paralelas que nunca llegan a cruzarse, o el horizonte que nunca llega a delimitarse. Somos tanto de A y tan poco de C, que por el camino nos vamos perdiendo B. Somos tanto de extremos, que estamos destinados a alejarnos sin ni si quiera mirarnos. 

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