domingo, 12 de abril de 2015

La ilusión de la victoria.

Me mantiene viva la ilusión de una victoria entre tantas derrotas, la ilusión de un rayo de sol entre tanta tormenta, la ilusión de una luz verde entre tantas rojas, la ilusión de acariciar una rosa entre tantas espinas clavadas, la ilusión de una oportunidad entre tantos rechazos. Me mantiene viva la esperanza que dibujan tus ojos al mismo tiempo que me mata el puñal de tu sonrisa. Me alientan tus palabras de afecto y me acobardan las de odio. Me envalentona el deseo de resolver mis dudas, de saber si mi corazonada fue cierta o solo fue producto de mi ilusión, de si es verdad que siento o si es solo un engaño. Me desanima que seas mi musa y me animan tus miedos. Sé que puedo hacer de quien se deje alguien mejor, que puedo enseñar y que me enseñen, que puedo aportar y que me aporten, que puedo completar y mejorar las partes que menos nos gustan de nosotros mismos, que puedo ayudar a superar miedos y a cumplir sueños con tan solo un voto de confianza. Sé cuánto valgo y que no es poco. Pienso, y no pocas veces, que pierdo el tiempo esperando la oportunidad de aportarte, de demostrarte que los años no pasan en vano, que todos cambiamos, que las cosas ya no son como hace tres veranos eran. Y contra todos estos pensamientos aparecen mis ganas de aportarte, de conocerte mejor, de que confíes, porque, aunque todos lo acabamos haciendo, todavía no te he fallado. Sé lo que me merezco y seguramente sea un trato quizá más amable que el tuyo. Pero me he acostumbrado a valorar cada pequeño gesto y cada pequeña muestra de afecto y he aprendido que en tu caso, menos siempre es más. He aprendido que no todo el mundo demuestra de la misma manera ni en la misma cantidad, que algunos son seguros en la oscuridad, ocultando las cicatrices que aseguran su grandiosidad, mientras que otros muestran todas sus heridas de guerra sintiéndose orgullosos de ellas. También he aprendido que el miedo es ese granito de arena del que nosotros hacemos la montaña, que no tiene nada bueno que aportarnos, que podemos vencerlos y acabar siendo de verdad nosotros mismos, que no hay mejor sensación que noquear a tus miedos y decir “aquí estoy yo”. Una palabra nunca valdrá más que un gesto, pero cuando la distancia separa los gestos quedan sustituidos por las palabras. Y más vale una palabra sincera y una vez a las mil, que mil palabras bonitas a cada rato que estén vacías. Aprecio tus pequeños gestos, por favor, aprecia los míos.

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