martes, 28 de abril de 2015

Sorpresas.

Nunca cerré tu puerta, la dejé entreabierta para poder seguir viéndote, para poder seguir disfrutando de tu presencia aunque fuese a medias y por no perder aquello que es lo último que se pierde. Me negué a seguir con mi vida cerrando tu puerta y tragándome la llave, porque orgullo ya no me quedaba, me negué a dejar de verte, a perder lo imperdible, a renunciar a una corazonada. Me negué y así voy, dudando de si cruzar o cerrar para siempre, de si tanto tiempo ha merecido la pena, de si he sido cobarde por no haber cruzado o cerrado antes, o si he sido valiente por no perder la esperanza. Y de vez en cuando pasa, que parece que se cierra, que ya no hay más posibilidad, que se acabó todo, que la corazonada se quedó en una corazonada, que se perdió lo imperdible, que caducaron la paciencia y la esperanza. Pero otras veces la puerta se abre y entra la luz, no hay corrientes que intenten cerrarla ni nubes que intenten quitarle la vida al sol, encuentras aquello que nunca debiste perder y restauras la fe en ti, en tus corazonadas, en lo que te sale de dentro. Un escalofrío un escaso segundo antes del momento que te dice que es cierto, que esta vez la batalla la ganas tú, que ya tienes el éxito asegurado, que todo esfuerzo tiene su recompensa y que algunas heridas acaban mereciendo la pena. Un corazón que vuelve a latir con fuerza, que cierra sus heridas aunque sea por un momento, que lo da todo pese a poder acabar completamente muerto y un alma que se queda llena, con ganas, con sueños e ilusión, con fuerzas para subir otro escalón. Una mente que confía, que se siente valiente, segura, fuerte y poderosa, que seduce casi sin quererlo, y todos sabemos que no es tan fácil olvidar la seducción de un cerebro, de una cabeza amueblada, de una mente brillante con dos dedos de frente, de un coco con principios e ideas propias, que se guía por las directrices de su alma y del momento, que vive en un sin sentido precisamente porque disfruta. La sorpresa engancha porque saber al principio está bien, pero acaba resultando aburrido. Que contigo blanco puede ser negro y viceversa, que un grano de arena puede ser una montaña o una montaña puede no llegar ni a granito de arena. Porque ya sabes, contigo nunca se sabe.

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