Quiero ser
náufraga, aprender a dejarme llevar por mi mar embravecido, huir de tu barco y
no mirar atrás. Quiero que la deriva me lleve a una isla donde solo quepamos
mis sentimientos y yo, donde todo el sonido sea mi latido, donde no se vea tu
volcán en plena erupción, allí donde tu lava no llegue a fundirme los pies y me
deje sin andar.
Creo que ya no
quiero más tormentas, aunque me enseñaste a quererlas y a ver lo bonito en
ellas. Mi barco se resiente de tus temporales, y yo ya no sé si quiero hacer el
esfuerzo por mantenernos a flote. He chocado contra la punta de tu iceberg y no
soy capaz de distinguir qué corta más: si tu hielo o mis pedazos.
Por otra parte,
me gustaría sobreponerme a cualquiera de tus temporales, que tus huracanes no
hicieran tambalear nuestros cimientos, que hogar siga siendo cada vez que tú me
abras la puerta.
Te quiero, no te
atrevas a dudarlo; pero me apetece más quererme a mí y es lo que haré siempre:
quererme por encima de nadie.
No pienso negar
mi dolor, no pienso fingir que el agua en la que me baño no se ha congelado en
el día más cálido de esta primavera, que no tengo entumecidos los músculos y
que el ceño tampoco lo tengo fruncido. No pienso poner mi respeto por encima de
tus intereses, ni luchar por remar mientras tú, después de este desastre, te
quedas parada sin saber qué hacer.
No hace mucho me
dijeron que los valencianos tenemos sangre de horchata, y creo que ahora lo
entiendo un poco más. Si algo he aprendido en mi corta vida es que no quiero
ser cobarde, y odio que la gente lo sea. Si una quiere dejar de arrepentirse,
debe pensar y frenar el acto que la lleva al arrepentimiento. Cuando un
edificio es demolido, quedarte mirando los escombros no los quita del medio ni
te devuelve a la normalidad; y el arrepentimiento es el sentimiento más
demoledor de todos: puede perseguirte toda una vida.
Siento que ahora
duermo al descubierto, que tu viento se ha llevado nuestro techo y ahora me es
imposible no mojarme cuando llueves: y a mí no me gusta dormir con la suma de
nuestras tristezas en los huesos.
"Sea lo que sea:
gracias por el huracán,
deja la puerta abierta a futuros destrozos
y posibles arreglos
[...]"
-Elvira Sastre-
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