jueves, 18 de junio de 2015

¿Qué no daría por ella?

Si ni si quiera la tengo y ya le guardo las estrellas, por aquello de que es tal el brillo de su mirada, que las apagaría si se decide a enfrentarlas. Si le ruego a las flores que no marchiten por miedo a acabar con la primavera de tanto esperarla. Si le escribo a la luna deseando que la lea y comprenda que, al otro lado del mundo, la sigo esperando sentada en el que fue nuestro banco. Si empiezo a odiar a la marea por llevarse nuestros nombres casi tan rápido como el tiempo se la llevó a ella. Si no puedo ver a las aves volar sin acordarme de ella y de su libertad. Porque aunque quiera tenerla sé que nunca será mía, que ella es del viento, del mar, de la noche, de las estrellas y de la luna. Que ella es del aire que cada día respiro y aun así no tengo de ella ni un suspiro. Es de las que te atan y huyen con tu libertad allá donde jamás la podrás alcanzar. Quizá por eso lo daría todo, porque es tanto su misterio que no quiero morirme sin resolverlo, porque es tan poco lo que brilla su tesoro que dentro debe haber algo que valga más que el oro. Quizá lo daría todo por ella porque muero por ver de dónde nace su poesía. O porque hasta a través de una pantalla su mirada me hechiza, sus labios me provocan y su voz me transporta a otro planeta, donde no existen ni el ruido, ni el agobio, ni los problemas. Porque ella es como una buena novela, que te seduce letra a letra y te enamora línea a línea, que te ata con cada palabra y te absorbe hasta hacerte suya, conociendo cada rincón de tu alma sin que tú descubras la suya. Como una novela de las que leerías una y otra vez sin cansarte, aunque recuerdes hasta el último detalle de sus personajes e incluso sueñes con sus paisajes, como una novela de las que se devoran en cuestión de horas, de las que nunca calman tu sed, de las que te matan cuando descubres que tienen punto y final. Ella es un acorde de felicidad, una canción de paz, un disco de amor y una banda sonora de esperanza. Estaría dispuesta a tanto por ella que ni si quiera mi mente alcanza a pensar qué sería. Pero no es algo de mente, ni de razón, sino de corazón. Es algo que sé que así será cuando verla triste me parte el alma, saber de sus lágrimas me aprieta la garganta y escuchar sus versos rotos me apaga los latidos y los hace lentos y sufridos. 

Y ella... ¿Qué daría por mí?

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