Dime, ¿dónde ha quedado lo que éramos? ¿Dónde están nuestras
ganas de besarnos? ¿Dónde está la bonita costumbre de echarnos de menos? ¿Y esa
manía de abrazarnos hasta ahogarnos para matar la rabia que nos daba tener que separarnos al minuto?
¿Dónde han quedado los días de tu mano y las noches entre tus sábanas? ¿Dónde
está tu mirada ahora que no me despierta? ¿Dónde escondimos nuestras ganas de
querernos? Por más que busco nunca las encuentro.
Se fue todo lo que nos quedaba. Te lo llevaste al decirme
adiós y darme la espalda. Me quedé tal y como me habías dejado, plantada sobre
mis pies viéndote marchar, observando esa cintura que jamás volvería a rodear y
esa espalda que nunca más volvería a besar. Con tu adiós cerraste mis puertas y
mis ventanas, lanzándome al vacío y quitándote un peso de encima. Me ataste un
yunque a los tobillos y me empujaste al precipicio.
¿Dónde estás? ¿Por qué te has ido? Te busco en el abismo,
intento encontrar ese atisbo de luz que suponía tenerte, pero te fuiste y ahora
en mi vida reina la noche. Te has llevado la luna y las estrellas, ¿no tuviste
suficiente llevándote mi alma? Dime, ¿a quién le dejo ahora los mensajes para
ti?
Al menos haberme dejado una estrella para que fuese mi musa
y mi fiel compañera, para que me acercara esa parte de mí que se fue contigo,
para que me recordase, si quieres, que perderte fue mi peor castigo. Haberme
dejado una, tan sólo una, para poder hablarle de ti y pedirle que te cuide, que
te guíe en el camino y te proteja de tu destino.
Dime, ¿ya me has olvidado? No. Déjame adivinar, lo hiciste
cuando echaste a andar, dándome la espalda y adentrándote en el mar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario