domingo, 23 de agosto de 2015

A tientas, ciega de ti.

Hoy vengo a decirte que no puedo olvidarte. Que cuando no eres tú soy yo; y cuando no somos ninguna de las dos siempre hay alguien o algo que me impide borrarte. Y es que por más que intento cubrirte de nubes siempre hay una parte de tu alma que, como ese rayo de sol en una tormenta, atraviesa las nubes, rompe mis barreras y me lanza a ese vacío tan lleno de ti. 

Te odio. Por inundar mi vida con una gota de la tuya; con una de esas gotas que, aun pareciendo pequeñas, te empapan de pies a cabeza. Y siento que me rozas, que esa gota trae consigo tus manos y que después de tantos sueños, por fin me acarician tus dedos. Te odio a ti, o quizás a mí por no ser capaz de pasar página, de apartar tu libro y no leerlo jamás; por no ser capaz de recomendar tu historia sin la necesidad de volverla a vivir por enésima vez. 

Ando persiguiendo tus huellas, creyendo que eres tú quién anda tras ellas cuando quizá sean espejismos que mis ganas provocan, como aquel que ve agua en el desierto donde sólo hay arena. Adicta a ti, a cada curva de tu cuerpo, a cada nota de tu voz, a cada suspiro que derrochas y a cada mirada que lanzas a ver quién es el valiente que se decide a cazarla. 

Me empeñé en crear un muro tan alto que ni si quiera los pájaros lo superaran. Me quedé al otro lado, aquel lado en el que nunca sale el sol, en el que no hay mar ni montaña, tan solo desierto. Me quedé en el lado de la sombra, en el de la noche sin estrellas y sin luna. Me olvidé de que nadie puede atarte, de que no hay barrera que consiga superarte, de que tienes las alas de todas las almas que has robado, de que tienes fuerza de sobra para batirlas y volar hasta más allá de los sueños. 

Te até a tientas, sin ver que huías de los nudos y volabas lejos con tu amiga libertad. Fui ciega por quererte. Y ciega sigo. Sin querer ver que aunque pueda verte en sueños cuando despierto siempre desapareces. 

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