domingo, 16 de agosto de 2015

Estrellas fugaces.

La vida me regaló una noche mágica, cargada de sorpresas manifestadas en una lluvia de estrellas fugaces. Fugaces como lo fue tu presencia en mi vida, fugaces como el recuerdo de tu risa, fugaces como aquel beso antes de nuestra última despedida.
La vida me regaló una noche de deseos, y yo... Yo me limité a mirar al cielo y a ver desaparecer tus ojos en el negro firmamento. Y allí estaba yo, tumbada sobre la arena de aquella playa que tú me enseñaste, viendo tus ojos desaparecer al igual que desaparece una gota de agua en el desierto, añorándote desde lo más profundo de mi pecho y sin fuerzas con las que pedirle al cielo un único deseo.

La vida me regaló una noche romántica y me prohibió la compañía. Quizá porque nunca habrá mejor compañía que la de uno mismo y quizá también porque todavía no me quiero lo suficiente como para poder quererte.
La vida me regaló una noche de estrellas que desaparecían con el viento, como tu perfume con la brisa o tu recuerdo con el tiempo. La vida me regaló una noche, tan sólo una, de paz y de armonía, pero también de agonía al no escuchar tu melodía.
La vida me regaló una noche repleta de deseos y yo tan solo pedí uno: que todos tus deseos -sí, has leído bien, los tuyos- se hagan realidad.

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