jueves, 12 de julio de 2018

Cuando uno se va.

Ayer volví a casa andando un camino que tantas veces anduve contigo. Y lo hice con otro color de ojos, con un peso diferente en la espalda, con una sonrisa y no con el corazón en un puño. Y entonces, entendí una de las estrofas de uno de los poemas que tanto te leía. 

Volví a casa y no me pesaban las piernas, sino que me sentí más ligera que nunca. Porque estar contigo fue más acierto que error, aprendí nuevos caminos y nuevas maneras de pisar un mismo suelo, y entendí que dejo más huella ahora que no voy de tu mano.

Miré a tu portal, y por primera vez no lo hice con pena sino con orgullo y felicidad: no le guardo rencor a nuestra historia y tampoco te lo guardo a ti. Estoy orgullosa de haber crecido contigo, pero más lo estoy de no haberme detenido cuando soltaste mi mano.

Con esto quiero decirte, por si un día me lees, que no me gustaría que sintieses rencor, ni que el recuerdo de nuestras páginas escritas sea humedad para tus alas: siempre he querido verte volar. Me gustaría que, cuando mirases atrás, mi recuerdo no te nublase la vista, sino que te diese fuerzas y pudieses ver todo lo que puedes conseguir si te lo propones.

Que el pasado solo sirve para coger fuerzas, para saber la oscuridad que hemos llegado a tener y apreciar aun más la luz.

No te guardo rencor, te guardo cariño. Y te guardo con amor, con ese amor que siempre te he tenido y siempre te tendré. Nunca busqué ni buscaré hacerte daño: tus heridas me sangraban, tu dolor me cortaba, tu sonrisa me daba alas.

El día que entiendas que nunca fui contra ti sino que intenté ir contigo, ese día, sabrás todo lo que has perdido.

La poesía - igual que todo lo demás - no hay que entenderla, hay que vivirla. Cuando se viven, las cosas se entienden solas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario