Cada vez pesa menos tu recuerdo y paso menos frío durmiendo por las noches sin ti.
Poco a poco consigo desarraigar de mi mente la idea de que, después de ti, no iba a poder sonreír por dentro; sin embargo, fue lo segundo que aprendí a hacer: lo primero fue asumir que te habías ido para no volver.
Ahora escribo con lápiz y no con tinta como te solía escribir. Y no, no lo hago porque tú lo hicieras así sino que aprendí que el grafito seguirá intacto - al igual que yo - aunque intentes mancharlo con tu pena.
No me asustan los daños, y tampoco lo hace una vida sin ti. Es cierto que caí, amor, en tu mirada y en tu abismo cuando decidiste reventar la burbuja en que vivía; pero cuando me deshice del polvo y conseguí respirar empecé a tener fuerzas para andar y, en ese momento, decidí que dejarías de ser mi debilidad para pasar a ser el motivo de mis cicatrices.
Me levanté por mí, por querer demostrarme que seguía - y sigo - siendo fuerte sin tu apoyo, porque te vi huir y supe que era injusto verte correr estando yo en el suelo. Pero sobre todo me levanté porque si me quedaba en el suelo me iban a encontrar muerta en vida bajo nuestros demolidos cimientos.
Me levanté porque siempre he creído en ti, porque te pintas siempre del color del miedo y piensas que te queda bien y me manchas.
Me levanté porque entendí que era el momento de andar por y solo para mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario