lunes, 17 de septiembre de 2018

Soy.

A veces me gustaría preguntarte si todavía crees en las casualidades, si sigues dejando que el sol entre cada mañana por tu ventana y proporcione algo de luz a tus sombras, si tú también sientes que hay conexiones que no se pierden aunque la relación se acabe.

Otras, sin embargo, me gustaría mantener el silencio que nos separa y aislarlo para siempre del ruido; llenarlo de vacío, que fue lo único que quedó cuando nos dimos la espalda por última vez. 

Dicen que el vacío es la ausencia de materia, pero mi vacío se llamaba igual que yo y estaba lleno de huecos, y yo tenía los ojos llenos de alguien que no era yo. No me encontraba y el reflejo en el espejo no se correspondía con mi interior. 

Fue duro, mirarme y no saber quién era; pero mi problema tenía una solución, ergo ya no era un problema: buscarme. Empecé a liberarme de todo lo que me añadía peso y empecé por no sentirme culpable de sentir y entender la vida de una manera en particular, porque eso me hace única y perderlo fue perder mi identidad. 

Entendí que estoy en los pequeños detalles, en las casualidades, en los ojos de quienes me miran, en quien me tendió una mano cuando necesitaba una caricia. Entendí que soy pedacitos de una ciudad que me acoge siempre que me siento perdida, de las noches de verano, de la arena y del mar, del salitre y la humedad, del pedaleo y la brisa suave y tierna. 

Soy de mi misma, aunque a veces no me encuentre, aunque a veces me mire y solo vea el vacío. Soy de mis penas y mis alegrías, fui de mi pasado y seré de mi futuro; pero sobretodo: soy de mi hoy. 

Soy, aquí y ahora, como individua independiente, soy real e intensa, soy de verdad y cada vez con menos miedo. Soy en ausencia de ti, he llenado tu vacío, el hueco de mi pecho encargado de acogerte ya está lleno; y me late tan fuerte el corazón que duraría toda una vida haciéndome el amor. 

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